La Tula: poetisa sincera

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Camagüey- La lectura de una obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda, invita a adentrarse a la creación sublime de una cubana enamorada de la poesía. Cada verso, cada línea es un reflejo del andar siempre apasionado e intenso con que sintió en su vida. Los fuertes latidos de su corazón la impulsaron a tomar la pluma, y sin temor a las acusadoras miradas de la sociedad escribió su destino de mujer sincera que hoy nos muestra el cuerpo de su lírica.

Durante su infancia tuvo la cercana compañía de clásicos como Lord Byron, Chateaubriand y Victor Hugo que fueron modelándola a ella, una de las futuras expositora del movimiento romántico en Cuba y de la novela antiesclavista. Por esos años llegaron sus precoces intentos creativos y vertió su inspiración en la representación de obras de teatros y pequeños cuentos. Era la cimiente sencilla que luego se transformaría en su pan y el preciado refugio.

 

“La Avellaneda va por (...) complicados derroteros para vencer dos resistencias fundamentales: hija de Puerto Príncipe, se propone y logra la consagración en las letras metropolitanas; mujer, transgrede los límites que en la escritura se concedían a su género y procura forjarse una voz absoluta -tan masculina como femenina- la única que puede traducir su ansia de canto total”, expresa con tino el acucioso investigador de la Tula, Roberto Méndez Martínez en su artículo El legado de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Y sin dudas, su herencia marcó pautas en nuestra cultura.

 

Bajo su mirada se fraguaron títulos como Leoncia, su primer título, la tragedia bíblica Saúl, La hija de las flores, La Aventurera, Flavio Recaredo y Errores del corazón. Precisamente allí, en su pecho, habitaron grandes amores como Gabriel García Tassara y Pedro Sebater que inspiraron sus creaciones. Pero la relación no correspondida con Ignacio de Cepeda, a quien conoció en España, tejió en mayor medida el espíritu de su lírica pasional.

 

Una de las características de La Perefrina, como firmó algunos de sus trabajos, fue su indiscutible fortaleza para sobresalir en una sociedad destinada a la autorrealización, pero solo de los hombres. Sobre ese particular habla Méndez Martínez en su pesquisa: “Lo más escandaloso en la Avellaneda, todavía hoy, no es su vida íntima, sino su condición de escritora, resuelta y monumental, que produjo la obra lírica, narrativa y escénica más extensa y resistente de nuestras letras hasta 1870. No solo es la poetisa más importante de nuestro siglo XIX —lo cual sería un débil honor para ella— sino una de las figuras claves del romanticismo americano y quizá de ellas, la que mejor apunta como larvada precursora de la rebelión modernista”.

 

Y también apunta el estudioso que “ (…) la Avellaneda vivió con la más absoluta autenticidad el romanticismo, sin necesidad de poses o escenografías teatrales. Lo mismo sacudió al Puerto Príncipe de su adolescencia con amores que solo ella creía ocultos, que fue capaz de romper pronto con su medio familiar en la Península y hacer una vida independiente como escritora. Sin necesidad de vestirse de hombre como George Sand, conquistó los principales espacios intelectuales dominados exclusivos, hasta entonces, del sexo masculino”.

 

A pesar de haber conquistado disímiles escenarios y demostrado su valía dentro del mundo de las letras hispánicas no son pocos los detractores de La Tula, tanto en los tiempos de antaño como en la actualidad, que han apuntado a su estilo de vida o propias obras. En defensa de su prolija y enriquecedora literatura, los conscientes criterios de Roberto Méndez tienen potentes aires reivindicadores.

 

“Es asombroso que pueda hablarse de una Avellaneda neutral cuando su obra fustiga a cada paso los problemas esenciales de su tiempo: la censura se cebó en Sab porque comprendió que la defensa de los amores de un esclavo negro con una joven blanca eran demasiados subversivos, y con Guatimozín porque ese relato de la conquista de México, nada favorable a Cortés, parecía una lógica explicación de los motivos de la independencia americana. No se olvide que su temprano drama Leoncia, estrenado en Sevilla cuando la autora apenas contaba 26 años, es ya una abierta crítica contra una sociedad machista que marca a las mujeres por sus “debilidades” morales (...)”.

 

La Peregrina nació un día como hoy, pero de 1873, en este territorio, cuna de inmensos escritores. Como una de las mejores joyas de nuestro patrimonio literario, su obra debe pervivir entre la memoria de su pueblo, porque significa el alma de una poetisa comprometida con el buen arte, de una mujer sincera con su tiempo.

 

Por Yang Fernández Madruga / Adelante

Foto: Tomada de todocuba.org

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