Hablar de José Martí como Mayor General del Ejército Libertador cubano suena extraño para quienes siempre lo identificaron como el Héroe Nacional, el Apóstol, Maestro o el Delegado, pero con ese alto grado militar murió el 19 de mayo de 1895 en su primera carga contra soldados del colonialismo español.
Era domingo, Gómez se dirige hacia el campamento de Vuelta Grande, donde le esperan su subordinado y apreciado amigo, el general Bartolomé Masó, junto al Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Al mediodía los tres jefes hablan a la tropa que los escucha con entusiasmo.
En el campamento una patrulla avisa a Gómez de la presencia en los alrededores de una fuerte tropa enemiga y, a su orden, Masó al mando de trescientos jinetes sigue a la tropa del Generalísimo, y Martí marcha junto a los dos experimentados guerreros.
Al aproximarse al lugar, Gómez ordena a Martí que se quede atrás para salvaguardarlo del fuego enemigo. La vanguardia española es sorprendida por el primer ataque de Gómez y resulta abatida, pero el resto de la columna responde con fuerza, obligando a los mambises a tocar retirada. Ya separado del grueso de las tropas, Martí ordena a su ayudante, el joven teniente Ángel de la Guardia, marchar al frente y ambos realizan un movimiento que los acerca a una sección de la columna española oculta en la maleza en espera de las tropas mambisas. Al percatarse de la presencia de dos únicos combatientes en el lugar, los españoles abren fuego graneado. El teniente es derribado al ser impactado su caballo y José Martí cae mortalmente herido.
Tres disparos han alcanzado el cuerpo del Delegado. Uno de ellos penetró por el cuello y maxilar inferior del lado derecho, con salida por encima del maxilar superior del lado izquierdo cuyo labio queda destrozado; el disparo mortal le penetra por la parte anterior del pecho, al nivel del puño del esternón, el cual resulta fracturado y un tercero en el tercio inferior del muslo derecho y hacia su parte inferior, según la autopsia española que le realizan días más tarde.
El enemigo rápidamente se percata que ha ocasionado una importante baja a las tropas insurrectas a juzgar por las ropas que viste Martí, (saco oscuro y pantalón claro, sombrero negro de fieltro, calzado de borceguíes negros, y al cuello el cordón de su revólver de cabo de nácar) por sus documentos y la cantidad de dinero que lleva consigo. Se apoderan del cadáver y a pesar de la embestida de las tropas de Gómez resulta imposible rescatarlo.
Identificado el cuerpo por los españoles es atado a un caballo y conducido a Remanganagua, donde informan a la jefatura en Santiago de Cuba el resultado de las acciones y, con desprecio al cadáver del héroe caído, lo entierran sin ataúd y semidesnudo en una fosa en la tierra. Con parte del dinero sustraído de sus bolsillos la soldadesca compra tabaco y aguardiente y celebran la hazaña.
El 27 de mayo en horas de la mañana se procede al entierro de José Martí en el nicho 134 de la galería sur del Cementerio de Santa Ifigenia. Allí permanecen hasta el 24 de febrero de 1907, cuando son extraídos en ceremonia solemne y depositados en una urna de metal en el propio nicho, convertido en un pequeño panteón que sería conocido por el Templete. En ese lugar reposarán hasta septiembre de 1947 en que son llevados al Retablo de los Héroes y, en junio de 1951, depositados sus restos de manera definitiva en el nuevo mausoleo construido en este mismo cementerio.
“Los disparos de los emboscados dieron en el cuerpo del Maestro, la luz cenital lo bañó, soltó las bridas del corcel, y su cuerpo aflojado fue a yacer sobre la amada tierra cubana. De su revólver, atado al cuello por un cordón, no faltaba ni un cartucho. Había acontecido la catástrofe de Dos Ríos”.
Rolando Rodríguez.