Tener la Tierra y encontrar en ella el amor a la vida

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Camagüey.- Decía el artista Andy Warhol que “tener la Tierra y no arruinarla es la forma más bella de arte que se puede desear” y en sus palabras hay mucha razón. Coincide con él José Martí, quien desde las letras y el periodismo, aseguraba que donde encontraba “poesía mayor era en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas –y en la unidad del universo-, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno”.
 
Y es que desde la prosa ellos encontraron la poesía que emana, unas veces serena otras llena de chispas, de la naturaleza, del medio ambiente, del planeta y las especies que lo habitan. Sin embargo, no siempre la humanidad ha sido consecuente con esas palabras donde se explicita una responsabilidad imperiosa: proteger y convivir en armonía, que es lo mismo que decir amar la vida.
 
A tan solo 24 horas de haberse celebrado el Día Mundial de la Tierra, donde en las redes sociales personas e instituciones de geografías diversas publicaron textos e imágenes convidando a la protección del gran y único hogar que compartimos todos, se impone reflexionar sobre una de nuestras misiones como seres humanos: proteger el planeta porque es un legado que nos hicieron nuestros padres y que hemos de legar a nuestros hijos. 
 
Tal vez, una de las claves para comprender mejor cómo hacer frente de manera efectiva a la crisis climática que amenaza el presente y pone en riesgo el futuro radique en estas palabras del actor y director cinematográfico Clint Eastwood: "La gente dice que deberíamos dejar un planeta mejor para nuestros hijos. La verdad es que deberíamos dejar unos hijos mejores para nuestro planeta". 
 
Y añadiríamos, para educar mejor a los hijos, y con ellos a las más jóvenes generaciones, debemos trabajar en convertirnos como sociedad en mejores padres y madres, unos que eduquen desde las palabras, pero también desde el ejemplo, en acciones que pudieran parecer muy pequeñas por cotidianas: un papel que terminó en la calle y no llegó a reciclarse, o una botella plástica que estará indefinidamente en el mar, un ecosistema donde hay una vida asombrosa y que tanto tributa a los ecosistemas terrestres. Y en lo pequeño, recordemos, están muchas veces las esencias. Estadísticas así lo revelan: cada tonelada de papel que se elabora demanda unos 15 árboles y 225.000 litros de agua; mientras que en el fondo marino una botella de plástico tarda una media de 500 años en degradarse y una de vidrio demora 4000 años o no degradarse nunca.
 
Convenimos entonces en plantear que toda la responsabilidad no puede caer en el planeta y que como especie nos toca asumir de manera responsable lo que el periodista ambiental y escritor Víctor L. Bacchetta ha llamado: “ciudadanía planetaria”. 
 
Texto: Damaris Hernández Marí/CIMAC
 
Infografías tomadas del sitio El Ágora
 
 
 
 
 
 
 

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